martes, 8 de marzo de 2016

¿En qué momento?

Una inmensa vorágine de sentimientos encontrados no me deja pensar claramente. Tengo ganas de gritar y sin embargo, callo. Callo, para no agredir, ni ofender. Me preocupa intensamente cómo voy a enfrentar el mañana si siento que el hoy, que todavía no ha terminado, me agobia. Un poco más de sal a la herida mientras analizo la situación y no llego a buen puerto.
Escucho y visualizo al cerrar los ojos, literalmente, cómo va creciendo esta crisis interna. Un poco de polvo y viento se transforman en pocos minutos en un huracán. Siento un temblor físico en los dedos y en la sien. Empiezo a sudar, víctima del silencio y el estado de ánimo. No ruedo hacia adelante, no soy roca redonda. Soy una roca pequeña, cuadrada sin posibilidad de ser vista entre todas las demás y ergonómicamente poco atractiva si la quieren usar para cualquier cosa.
Pero siempre hay algo. Algo que no me explico cómo está ahí, viéndome. Es una especie de dibujo mal hecho, oscuro, con la mirada perdida y la cabeza inclinada hacia un lado y se tambalea con dirección a mí.

Ah. Llegaste.

Y trata de levantarme mientras yo trato de hacerme más pesado. Me da una palmada en el cuerpo de roca y me empuja cuando no quiero moverme. Al ver su inútil intento, se para en frente mío. Y mientras su mirada examina todo a mi alrededor, encuentra lo que busca.

Una cuerda. Roja.

Otra. Azul.

Otra. Negra…verde, amarilla, blanca.

A mi lado, un pedazo de madera.

El dibujo hace algunos huecos en ella, amarra las cuerdas entre la madera y con una piedra hace un orificio en el medio.
Me mira.
“Toca. Lo que sea. No importa. Yo te escucho. Yo siempre te escucho.”
De repente los brazos empiezan a funcionarme, el cerebro empieza a ver negras y corcheas y la madera termina ejerciendo la labor de guitarra. Siempre desafinada, siempre gritando.
Pero el dibujo oscuro, me ve, se ríe y empieza a bailar con cualquier acorde mal tocado y empiezo a ver todo claramente, a sentir paz, a sentirme en armonía conmigo mismo, a perdonarme por todo lo que alguna vez hice, por lo menos aquellos minutos en que me siento menos roca y más humano. Y la noche empieza a brillar cuando todas las almas duermen porque en ese momento la verdad se hace inminente y entiendo que no encajo si no es en este mundo creado bajo una triste tarde en donde te necesité.

Toco una vez más y el dibujo grita palabras incoherentes que solo yo entiendo a la perfección. Le escribo párrafos que se convierten en melodías que sólo él escucha ahora y me sobran los sentidos cuando la pluma garabatea en el primer lugar que encuentra coplas en notas menores. Suena esta tristeza mía en cuerdas gastadas y una síncopa que nunca se sabe dónde irán a parar. En el trance de la noche y soledad, el dibujo oscuro muta y se transforma en una suerte de médium. Pluma en mano, escribe un texto que cala en mí, tan, tan profundo que vuelvo a perderme entre miradas que no entienden qué me pasa. Y lo que me pasa lo tengo escrito en la frente y en el silencio.


“¿Y por qué no
Ésta página en blanco
Me enseña a ver qué pasó conmigo?
¿En qué momento me perdí
Entre libros que no escribo

Y canciones que no canto?”


"Eso es... perfecto. Te encontré una vez más". dice el dibujo mientras ríe. Y luego desaparece, dejándome un alivio intenso al leer lo que escribí mientras jugaba a ser roca.