Desarrollé el sentido de la preservación a muy temprana edad. Y esto no porque es un sentido instintivo, de reacción inmediata. Más bien, fue por que, estoy seguro que sin querer, un amigo me salvó la vida cuando tenía, tal vez 12 años. Me explico.
Hasta el principio de los noventa, existió una gran feria en el Perú: “La feria del Hogar”. En ella se traían cada año, a personajes que trataban de hacerse conocidos por estos lares (alguien recuerda a una tal “Shakira Mebarak” en el ¨94) y cantantes y compositores de renombre (el gran Charly García en uno de sus mejores momentos). En esa misma feria, cada año, se traían también juegos de carroussel como lo eran “la montaña rusa” o el siempre apestoso y vomitado “tagadá”. Era demasiado chico como para darme cuenta del real estado de los juegos (adjetivos no me faltan hoy en día) y los peruanos hacíamos colas interminables para poder pasar el día en el “Disney cholo”.
La diversión estaba asegurada; 4 muchachos del barrio de Lince nos subimos al bus y zoom! llegamos de frente a la feria. La noche anterior habíamos planeado la ruta que íbamos a hacer y cuanto tiempo podríamos pasar en la feria antes de que empiece a anochecer como le habíamos prometido a nuestros familiares. Contaba yo con doce años y unas ganas tremendas de no fijarme en mujeres todavía sino de vivir la vida plena de ver en una mano palomitas de maíz con dulce y grageas, en la otra una coca cola y los tickets mal impresos en cartón azul con los que podías adquirir alimentos o entradas a juegos. Tener 25 soles cuando tienes 12 años te hacía dueño del mundo. Y no era muy frecuente así que el valor, en mi sano juicio, se triplicaba.
Siendo el menor del grupo (aunque no el más bajo), era responsabilidad de mi buen amigo “Ofo” de vigilar que no hiciese demasiadas travesuras y tenerme pegado como lapa; claro el era muchísimo mayor que yo en esa época. Él ya contaba con 14 años y yo lo veía como un adulto viejo. “No te despegues, carajo”- me decía, mientras comía de mi canchita –“ya le prometía yo a tu abuela que cuidaría de tí asi que mantente cerca” –me volvía a decir mientras se tomaba grandes sorbos de mi pequeña gaseosa. “Ah y no te olvides de darme plata para subir a los juegos al lado tuyo porque uno nunca sabe que vas a terminar haciendo…hay que estar cerca de ti, como helado Donofrio y para eso tienes que pagar nuestra siguiente parada”.
Y la siguiente parada terminó siendo algo que yo estuve viendo desde que llegamos pero no me atrevía a mencionarlo porque se veía un poco peligroso. “La montaña rusa – explicaba Ofo- es el juego más bacán pero ojalá que dejen entrar a Álvaro porque mide 30 cms. Menos que lo requerido para poder subir. ´Ta mare Álvaro, hubieses traído zancos, la cagas…y tú no te rías mucho Guguies que tu eres dos centímetros más alto, ´ta mare…” Guguies, en efecto, era yo.
Hicimos la cola y llegamos al stand de entrada donde los segundos se hacían interminables. Yo rezaba por dentro, para que no podamos subir por ser demasiado chico (sí, en realidad quería probar que nada me detenía pero me moría de miedo) y, cuando estuvimos cerca del payaso de triplay lupuna de 4mm calidad cdx mal pintado y rasgado sonreí. Me di cuenta que no pasábamos la valla ni Álvaro ni yo. Salvados, bendito sea el señor. Cuando el señor que cuidaba observó a llos más pequeños dijo: “Ni hablar. Esos dos enanos no entran ni a balas”. Ofo volteó a verme disgustado y me dijo “Te queda plata?” Yo dije que no. Igual me revisó los bolsillos y dijo: “Ahí hay carajo, vamosasubir, vamosasubir…” luego volteó con algunas monedas hacia el vigilante y se las entregó en la mano diciendo “Esto queda entre nos dos para que subamos cuatro…”
Yo estaba lívido. El pata lo noto, se rió y dijo “bueno, suban nomás pero es responsabilidad de ustedes si se matan jaajjaa” Yo no lo podía creer. La cagada, a subir nomás porque hay que ser macho carajo, y a la montaña rusa suben los que tienen los zapatos bien puestos. Dicho sea de paso, todo el que usaba mocasines era medio fru frú porque veías regados por los suelos un montón de ellos, ya que se salían cuando los usuarios del juego en cuestión subían a dar unas vueltas en cualquiera de esas monstruosas máquinas en donde la seguridad era en lo último en lo que se pensaba al comprarlos.
Puestos los metales de seguridad hasta la cintura, en donde yo revoloteaba como si me faltaran 30 kilos más para sentirme seguro, se dió el lento ascenso a lo que me parecía era kilómetros de distancia entre tierra firme y las nubes de nuestro Señor. Llegando a la cima, me dí cuenta que el vértigo me empezó a jugar una mala pasada: el cuerpo se me empezó a ir hacia adelante en la cúspide de la montaña y yo no veía que la barra de seguridad me iba a sostener…en una palabra en menos de 3 segundos más iba a caerme a más de 30 metros hacia el riel que tenía en frente para luego, de remate ser aplastado por el mismo tren al que nunca quise subir. De repente un brazo que venía del asiento de atrás me jaló con una fuerza tremenda y riéndose dijo: “Siéntate mierda, que tu abuela me parte la cara en dos si te mueres aquí….” Jajajaja las risas de todos alrededor. Zoooom! Partió a toda velocidad el bendito tren de la montaña rusa pero yo ya estaba bien sentado y agarrado gracias a la rápida reacción de Ofo. Yo también reí pero de nervios y terror. Ofo, sin más ni menos y como jugando me había salvado la vida.
Bueno, mínimo debía hacer eso porque se comió mi canchita y casi toda mi gaseosa, no?
Nunca te dí las gracias. Así que gracias en dondequiera que estés. Pero no te vuelvas a tomar mi gaseosa.