En el pueblo se hablaba de quién
sería el afortunado en entregarle los lapiceros al maestro Jonás. Se organizó
una reunión (siempre benéfica) y los personajes más ilustres del sitio dieron
hermosos sermones de la relevancia e importancia que tenía ahora el condado
gracias al conocimiento que había adquirido el mundo sobre las pinturas y óleos
hechos por el maestro años atrás. No había si no un sentimiento de algarabía y
júbilo en todo Countybloom al haber sido el recipiente de tan magnífico regalo
por parte de las autoridades máximas del país. Mr. Jaques Klintleton pronunció
palabra: “La dicha que nos embarga el día
de hoy se pone en manifiesto en el parque central, en donde puedo ver a casi
todos nuestros habitantes! Un día muy especial, sin duda, día que celebraremos
desde hoy como el ´día de colores Countybloom´. ¡Será impreso en todos los
calendarios de hoy en adelante! ¡Alzo la copa y bendigo este suelo que vió
nacer y ejercer a nuestro ilustre hijo el maestro Jonás
Fuddleflux!....Lamentablemente no pudo
estar con nosotros hoy ya que seguro está trabajando en su siguiente obra
maestra y no podemos interrumpirlo tan seguido, por eso se mudó a las colinas
de difícil acceso…pero eso no importa porque hoy eligiremos a nuestro
candidato, para poder llevarle tan grato presente y que nos demuestre, con su
trazo, las maravillas que se pueden crear con imaginación y muchos colores!”.
Cerró el discurso con el vitoreo
absoluto de la comunidad y sacó el papel al azar de una caja improvisada con
scotch y el clásico hueco en el medio. El nombre elegido, por cierto, era harto
conocido: Don Miguel Caratissimo sería el encargado de llevar el obsequio.
¡Hurra! Caratissimo al alba, lleve con
usted el premio y nuestro regocijo!
Así pues, definido el día, fecha
y hora, Caratissimo se preparó. Se echó el perfume más caro, se puso la
indumentaria más pomposa y el sombrero de copa más alto de todo el pueblo. El
carro, manejado por su chofer, brillaba de limpio y, sin más, emprendía camino
hacia las colinas en donde vivía el gran maestro.
Al llegar, Don Miguel notó que el
camino era sinuoso y no exento de piedras y baches. Una clara falta de
mantenimiento, se lo mencionaría al alcalde en una posterior conversación. El
paisaje estaba lleno de hojas secas, sin riego alguno, hasta donde la vista
podía llegar. Varios minutos (que parecieron más que minutos) se fueron mientras el carro se
ladeaba de un lado a otro, sorteando huecos y charcos que iban dejando al
bólido bastante sucio. “Caray…qué tal sitio al que se mudó el maestro!” dijo Caratissimo
mientras se daba pequeños tumbos dentro del auto.
Por fin divisó, a lo lejos una
pequeña cabaña. El color de ésta hacía juego con el paisaje en donde reposaban
las viejas maderas. Un techo de paja era un constante nido de pájaros de
diferentes colores y tamaños, que había aprendido a vivir entre unos y otros.
Bajó del carro. Caratissimo se dió cuenta de que el maestro andaba en casa ya
que la chimenea botaba suficiente humo. Se acercó a una de las ventanas y trató
de fisgonear en una de ellas pero casi no podía distinguir una silla de una
estufa y no observó movimiento alguno. Tal
vez esté descansando – pensó – o
trabajando, sí, en algún otro lugar que no llego a ver!
Con los finos guantes puestos, se
acercó nuevamente al carro y sacó del compartimento la fina caja llena de
colores, un regalo de la nación, la limpió con un pañuelo y se acercó a la
puerta de la cabaña. Acto seguido, tocó tres veces.
D´artagnan, perro fiel del
maestro, ladró. Un perro viejo pero atento aún a cualquier movimiento extraño
dentro de la casa. El ladrido hizo saltar un poco a Caratissimo, pero tomó compostura casi de
inmediato, como lo hacían los grandes señores de alcurnia.
Volvió a tocar la puerta. Esta
vez, el gruñido del perro lo puso en alerta. Luego, escuchó que el perro se
tranquilizaba y se alejaba un poco de la puerta. Carattisimo se ajustó la corbata
y sostuvo fuertemente el regalo mientras la puerta se abría lentamente.
No medía más de un metro sesenta
de estatura y so era contando los zapatos. La barba, blanca y tupida y un ojo
que se le abría más que el otro eran rasgos característicos de Jonás, el
maestro que había pintado toda su vida sin pensar en nada más. Carattisimo se
presentó, sacándose el sombrero de copa y haciendo una pequeña reverencia. “Maestro
Jonás que honor verlo en persona! He viajado desde el pueblo para poder
conversar con usted y, en representación del alcalde y los más altos dignos
representantes de Countybloom vengo a hacerle entrega de estos magníficos
lápices para ser usados en su próxima obra maestra!”
Jonás se lo quedó viendo de
arriba abajo, pensando en que le diría a este pobre hombre.
“Carattisimo: sé quién es usted y
por eso le he permitido hablar. Ahora que ha terminado quiero que me escuche
atentamente. Esos lápices puede guardarlos, no los necesito. Tampoco necesito
que me vengan a visitar. Las celebraciones y huachaferías se quedan fuera de
esta puerta. Los lápices me los compro yo y mi tiempo lo uso como mejor me
plazca. Ahora, en este instante, lo estoy usando para indicarle lo que va a
pasar. Hace un minuto lo estaba usando en comerme una pequeña manzana. Dentro de
cinco minutos no sé en qué lo estaré usando. Pero lo que sí le aseguro es que
no lo usaré para hacer un cuadro más. Usted viene con mucha preparación a
decirme lo orgullosos que están de que yo haya nacido aquí, que soy un ilustre
representante de este lugar. Déjeme, entonces, aclararle dos cosas: yo no nací
aquí. Y, lo segundo, es que no represento a nadie ni a nada que no sea yo mismo
o algo de mi interés. El pueblo no me interesa. Sus lápices tampoco. No
agradezco que haya venido aquí sin antes avisarme. Y, por último, le cuento que
no vuelvo a pintar más. Ni en una hoja de papel. Me aburrí de eso, ahora leo
algún libro viejo y riego las plantas en la parte trasera de la casa. Así estoy
tranquilo.
Dígale al alcalde de mi parte que
no se moleste en volver a venir o mandar delegación alguna que no será
recibido. Espero que entiendan con esto que el hombre, en su proceso de
evolución, tiene el derecho de convertirse en algo más que una estándar de vida
para los demás y tiene la obligación de mutar si así lo requiere, ya que la
vida es muy corta para no gozarla plenamente.
Debo despedirlo. Mi perro está
con hambre y luego quiere jugar. No salude a nadie de mi parte, después están
creyendo que somos hermanos desde chicos. Buenas tardes y que lo bendiga el
dios al que le reza por las noches.”
Carattisimo se fue sin decir una
palabra.
Jonás, a sus 73 años, había
decidido ser carpintero y podador de plantas.
Nada lo hacía más feliz hoy.