Hace aproximadamente 20 años, los
escritores norteamericanos descubrieron la fórmula del “bestseller” para
aquella masa de lectores que, confundidos entre palabras que no entendían,
optaban por libros de lectura fácil. Poniendo de lado a Stephen King (escritor
de culto Americano en el género de terror; “Cujo”, “Bag of Bones”, “It”, “Misery”,
“Needful things” y “Pet Semetary” son algunas de sus obras) teníamos que EEUU,
en literatura entretenida y amena, no había dejado casi nada con la sola
excepción de Edgar Allan Poe. Entonces, aparecieron escritores como Eric Van
Lustbader, Dean Koontz y Sydney Sheldon
quienes se encontraron con el lector norteamericano que detestaba una lectura
demagógica, que no quería sentirse inferior al leer a un aclamado escritor cuya
terminología era inmensamente superior a quien era presa de su último libro,
que no necesitaba una descripción al milímetro de cómo vestía el personaje
principal de la obra (cuya descripción tomaba hasta 4 páginas)…no, lo que el
lector promedio pedía era lectura fácil.
Adiós, Moliere, Camus y
Dostoievsky. Adiós Milton, Arguedas y Shakespeare.
Hola Dan Brown.
Y antes de que esto parezca una
crítica sin sustento con tufo a erudito, tengo que decir que a todos los leí en
su momento y no tengo nada en contra de una lectura fácil, ágil y veloz. Pero
me da la impresión de que, habiendo espacio en este mundo para todo tipo de
lector y, sobre todo respetándolo, nos hemos visto envueltos en una vorágine de
escritores que no tienen un mensaje nuevo y que solo adaptan situaciones en un
contexto actual para que el contenido parezca “fresco”. Si quiero leer a un
desadaptado o a alguien que busca su propio camino prefiero retroceder a
Kerouac o Salinger (que tan bien lo dijeron y con menos palabras) antes que
perder el tiempo con Bayly; si quiero aprender sin dogma leeré siempre a
Mandino antes que a Coelho; si quiero
entender al pueblo latinoamericano y sus
costumbres ahí están García Marquez y Bryce Echenique antes que Vargas Llosa y
si quiero entretenerme de verdad existen lecturas ligeras como las de Stieg
Larsson o Carlos Ruiz Zafón antes que terminar leyendo la saga de New Moon. Y es que debemos ser selectivos ya que en algún momento de la vida nos damos cuenta que no podremos leer todo lo que quisiéramos. El orden natural de las cosas lo imposibilita.
El fondo es preocupante; no hay
nada nuevo bajo el sol? Nada nuevo que decir
y no agregar? O soy yo quien está
leyendo libros sin mayor contenido original? No pido un Dumas y tampoco un
Verne porque me es imposible considerar que existan en estos tiempos autores
tan originales. Pero, en el fondo, me encantaría encontrarme con un Dumas o un
Verne de nuestra época.
Los clásicos, poniendo en
perspectiva la originalidad y la creatividad de sus autores, siempre serán los
mejores libros y los recomendaré hasta mis últimos días. Por poner un ejemplo
real, he terminado de leer un libro de 500 páginas hace una semana y no puedo
recordar ni al autor ni el título de la obra…! Ojalá que venga algo nuevo que nos
conmueva o nos haga pensar y reaccionar y finalmente me quite este deseo de
admirar a alguien de mis tiempos como admiro a quienes ya no están. La
nostalgia en la literatura, no sólo vende por nostalgia señores: vende, también,
por contenido, verbo y adjetivo.
¿Es que el haber descubierto que
escribiendo de manera ágil y amena el contenido se disuelve en pocas páginas y
no completa la idea que podíamos tener
de algún personaje y su actuar? ¿Es que al tratar de escribir un best seller se
deja de lado la imaginación y se da paso a una especie de fórmula y/o estrategia
de marketing? ¿Nos vuelve menos incisivos el hecho de terminar lecturas sin un
fondo determinado? ¿Somos presa de una sociedad en donde la literatura ha
pasado a ser solo un evento de redes sociales o de moda?
Es necesario que los escritores
contemporáneos saquen de nuevo su máquina de escribir, coloquen una hoja en
blanco en sus narices y la miren fijamente por más de 15 minutos. Es necesario
que nosotros esperemos pacientes el próximo contenido de alguien que nos haya
deslumbrado por ser realmente original. La confianza entre el escritor y el
lector debe volver a nacer porque pocas cosas (por parte del lector) son
mejores que terminar un libro con una sonrisa o un pensamiento/acción. Si esto ocurre el escritor se dará por bien
servido.
JC
* 2da foto biblioteca gettyimages.
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