martes, 29 de noviembre de 2016

Las pinturas del Maestro

En el pueblo se hablaba de quién sería el afortunado en entregarle los lapiceros al maestro Jonás. Se organizó una reunión (siempre benéfica) y los personajes más ilustres del sitio dieron hermosos sermones de la relevancia e importancia que tenía ahora el condado gracias al conocimiento que había adquirido el mundo sobre las pinturas y óleos hechos por el maestro años atrás. No había si no un sentimiento de algarabía y júbilo en todo Countybloom al haber sido el recipiente de tan magnífico regalo por parte de las autoridades máximas del país. Mr. Jaques Klintleton pronunció palabra: “La dicha que nos embarga el día de hoy se pone en manifiesto en el parque central, en donde puedo ver a casi todos nuestros habitantes! Un día muy especial, sin duda, día que celebraremos desde hoy como el ´día de colores Countybloom´. ¡Será impreso en todos los calendarios de hoy en adelante! ¡Alzo la copa y bendigo este suelo que vió nacer y ejercer a nuestro ilustre hijo el maestro Jonás Fuddleflux!....Lamentablemente  no pudo estar con nosotros hoy ya que seguro está trabajando en su siguiente obra maestra y no podemos interrumpirlo tan seguido, por eso se mudó a las colinas de difícil acceso…pero eso no importa porque hoy eligiremos a nuestro candidato, para poder llevarle tan grato presente y que nos demuestre, con su trazo, las maravillas que se pueden crear con imaginación y muchos colores!”.
Cerró el discurso con el vitoreo absoluto de la comunidad y sacó el papel al azar de una caja improvisada con scotch y el clásico hueco en el medio. El nombre elegido, por cierto, era harto conocido: Don Miguel Caratissimo sería el encargado de llevar el obsequio. ¡Hurra! Caratissimo al alba, lleve con usted el premio y nuestro regocijo!
Así pues, definido el día, fecha y hora, Caratissimo se preparó. Se echó el perfume más caro, se puso la indumentaria más pomposa y el sombrero de copa más alto de todo el pueblo. El carro, manejado por su chofer, brillaba de limpio y, sin más, emprendía camino hacia las colinas en donde vivía el gran maestro.
Al llegar, Don Miguel notó que el camino era sinuoso y no exento de piedras y baches. Una clara falta de mantenimiento, se lo mencionaría al alcalde en una posterior conversación. El paisaje estaba lleno de hojas secas, sin riego alguno, hasta donde la vista podía llegar. Varios minutos (que parecieron más que  minutos) se fueron mientras el carro se ladeaba de un lado a otro, sorteando huecos y charcos que iban dejando al bólido bastante sucio. “Caray…qué tal sitio al que se mudó el maestro!” dijo Caratissimo mientras se daba pequeños tumbos dentro del auto.
Por fin divisó, a lo lejos una pequeña cabaña. El color de ésta hacía juego con el paisaje en donde reposaban las viejas maderas. Un techo de paja era un constante nido de pájaros de diferentes colores y tamaños, que había aprendido a vivir entre unos y otros. Bajó del carro. Caratissimo se dió cuenta de que el maestro andaba en casa ya que la chimenea botaba suficiente humo. Se acercó a una de las ventanas y trató de fisgonear en una de ellas pero casi no podía distinguir una silla de una estufa y no observó movimiento alguno. Tal vez esté descansando – pensó – o trabajando, sí, en algún otro lugar que no llego a ver!
Con los finos guantes puestos, se acercó nuevamente al carro y sacó del compartimento la fina caja llena de colores, un regalo de la nación, la limpió con un pañuelo y se acercó a la puerta de la cabaña. Acto seguido, tocó tres veces.
D´artagnan, perro fiel del maestro, ladró. Un perro viejo pero atento aún a cualquier movimiento extraño dentro de la casa. El ladrido hizo saltar un poco  a Caratissimo, pero tomó compostura casi de inmediato, como lo hacían los grandes señores de alcurnia.
Volvió a tocar la puerta. Esta vez, el gruñido del perro lo puso en alerta. Luego, escuchó que el perro se tranquilizaba y se alejaba un poco de la puerta. Carattisimo se ajustó la corbata y sostuvo fuertemente el regalo mientras la puerta se abría lentamente.
No medía más de un metro sesenta de estatura y so era contando los zapatos. La barba, blanca y tupida y un ojo que se le abría más que el otro eran rasgos característicos de Jonás, el maestro que había pintado toda su vida sin pensar en nada más. Carattisimo se presentó, sacándose el sombrero de copa y haciendo una pequeña reverencia. “Maestro Jonás que honor verlo en persona! He viajado desde el pueblo para poder conversar con usted y, en representación del alcalde y los más altos dignos representantes de Countybloom vengo a hacerle entrega de estos magníficos lápices para ser usados en su próxima obra maestra!”
Jonás se lo quedó viendo de arriba abajo, pensando en que le diría a este pobre hombre.
“Carattisimo: sé quién es usted y por eso le he permitido hablar. Ahora que ha terminado quiero que me escuche atentamente. Esos lápices puede guardarlos, no los necesito. Tampoco necesito que me vengan a visitar. Las celebraciones y huachaferías se quedan fuera de esta puerta. Los lápices me los compro yo y mi tiempo lo uso como mejor me plazca. Ahora, en este instante, lo estoy usando para indicarle lo que va a pasar. Hace un minuto lo estaba usando en comerme una pequeña manzana. Dentro de cinco minutos no sé en qué lo estaré usando. Pero lo que sí le aseguro es que no lo usaré para hacer un cuadro más. Usted viene con mucha preparación a decirme lo orgullosos que están de que yo haya nacido aquí, que soy un ilustre representante de este lugar. Déjeme, entonces, aclararle dos cosas: yo no nací aquí. Y, lo segundo, es que no represento a nadie ni a nada que no sea yo mismo o algo de mi interés. El pueblo no me interesa. Sus lápices tampoco. No agradezco que haya venido aquí sin antes avisarme. Y, por último, le cuento que no vuelvo a pintar más. Ni en una hoja de papel. Me aburrí de eso, ahora leo algún libro viejo y riego las plantas en la parte trasera de la casa. Así estoy tranquilo.
Dígale al alcalde de mi parte que no se moleste en volver a venir o mandar delegación alguna que no será recibido. Espero que entiendan con esto que el hombre, en su proceso de evolución, tiene el derecho de convertirse en algo más que una estándar de vida para los demás y tiene la obligación de mutar si así lo requiere, ya que la vida es muy corta para no gozarla plenamente.
Debo despedirlo. Mi perro está con hambre y luego quiere jugar. No salude a nadie de mi parte, después están creyendo que somos hermanos desde chicos. Buenas tardes y que lo bendiga el dios al que le reza por las noches.”
Carattisimo se fue sin decir una palabra.
Jonás, a sus 73 años, había decidido ser carpintero y podador de plantas.

Nada lo hacía más feliz hoy.

miércoles, 27 de julio de 2016

Vino

Aún sabía cómo reaccionar en caso de emergencia. Sus pupilas se dilataban, perdía poco a poco el movimiento y el cuerpo empezaba a tomar una curva siniestra. Las manos temblaban y no podía gritar para pedir ayuda. Generalmente caía al suelo y se rompía la copa de vino que traía en la mano derecha, ocasionándole múltiples heridas. Trataba de ver alrededor antes de que se nuble por completo la vista y pierda el conocimiento y un último pensamiento derivaba en un “Dios, ojalá hasta pronto…”.
Luego, el silencio.
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La presión del tiempo ejercía una fuerza brutal y el lugar seguro donde se encontraba se hacía cada vez más chico, cada vez más ajeno. Sentía unas ganas inmensas de volar y probar algo nuevo pero la comodidad de su espacio y lugar se lo prohibían por las noches. Escribía y leía como un poseído porque eso de alguna manera aplacaba sus ansias de mostrarse al mundo de una manera en que sólo él sabía que era. Cuando estaba triste sonreía más, mucho más. Pero nadie creía en eso ya. Había pasado demasiado tiempo ocupando un lugar que había acomodado sólo para él sin pensar que el tiempo trae consigo una sensación de cambio que debe cumplirse porque pasar la vida en silencio y sumido en pensamientos que no materializaba lo hacía cínico. Veía poca televisión porque pocas cosas estaban a la altura de su intelecto. A veces, el día se lo comía entero. A veces, soñaba con comerse vivo al día.


Cuando se llamaron, pensaron en que no se iban a ver jamás. La última vez fue un desastre y nadie quería recordarlo. Él recordaba sólo que habían copas de más y quería irse lo antes posible de cualquier lugar en donde ella se encontrase. Así, en su capullo, se escondería por años, ya era un experto. Ella no demostró nada. Pero años después quedaron en encontrarse en algún lugar. Algún café quizá. A algún lugar al que no habían ido nunca juntos quizá. Un punto medio, neutral, sin historia.
Ella llamó y el accedió. Y se encontraron en un punto aparte de la ciudad. Iluminado, alegre. Todo empezó bien, a él se le cayó un vaso con agua en el pantalón y ella dijo que eso pasaba por empezar a tomar agua, que tu cuerpo no está acostumbrado a esas sustancias tan puras. Los dos rieron y la gente volteó a verlos y él se puso la servilleta en la pierna mojada minetras ella le indicaba al mozo que no más agua esta noche, si te mojas, te mojas con vino. Y vinos fueron y vinieron y él no tomaba vino nunca. De café nada. De comida poco. De tertulia y vino bastante. De risas mucho. Muchas más que las que habían brindado a otras personas por años. Suficiente por esa noche. Ella manejó hasta un lugar donde él pueda descansar. Le dio un beso de buenas noches. Él sonrió y se quedó dormido.

A la mañana siguiente ella se levantó con una extraña molestia en la cabeza y pronto recordó por qué era: ah, el vino, la noche anterior. Eran las 10.00 am. Recordó que debía almorzar con algún familiar y fue a prepararse un pequeño desayuno. Prendió la radio, sonrió, empezó a cantar, abrió la refrigeradora para ver si algo no estaba vencido, prendió fuego a la sartén. Aceite. Huevos. Listo. Café, por supuesto. Cuando se acercó a la hornilla para apagarla el dolor de cabeza se intensificó. Antes de entrar en pánico quiso apagar la cocina como por instinto pero el tiempo no jugó a su favor. Un repentino ataque de aquellos. Mientras caía pensó: “Dios, ayud—“… pero una mano apagó rápidamente el fuego y la sostuvo al caerse; nada se rompió, nada se quebró, nada se quemó. Ella lo vió mientras cerraba los ojos y él dijo: “Buenos días, hoy me toca a mí rescatarte creo ¿no?”.



martes, 8 de marzo de 2016

¿En qué momento?

Una inmensa vorágine de sentimientos encontrados no me deja pensar claramente. Tengo ganas de gritar y sin embargo, callo. Callo, para no agredir, ni ofender. Me preocupa intensamente cómo voy a enfrentar el mañana si siento que el hoy, que todavía no ha terminado, me agobia. Un poco más de sal a la herida mientras analizo la situación y no llego a buen puerto.
Escucho y visualizo al cerrar los ojos, literalmente, cómo va creciendo esta crisis interna. Un poco de polvo y viento se transforman en pocos minutos en un huracán. Siento un temblor físico en los dedos y en la sien. Empiezo a sudar, víctima del silencio y el estado de ánimo. No ruedo hacia adelante, no soy roca redonda. Soy una roca pequeña, cuadrada sin posibilidad de ser vista entre todas las demás y ergonómicamente poco atractiva si la quieren usar para cualquier cosa.
Pero siempre hay algo. Algo que no me explico cómo está ahí, viéndome. Es una especie de dibujo mal hecho, oscuro, con la mirada perdida y la cabeza inclinada hacia un lado y se tambalea con dirección a mí.

Ah. Llegaste.

Y trata de levantarme mientras yo trato de hacerme más pesado. Me da una palmada en el cuerpo de roca y me empuja cuando no quiero moverme. Al ver su inútil intento, se para en frente mío. Y mientras su mirada examina todo a mi alrededor, encuentra lo que busca.

Una cuerda. Roja.

Otra. Azul.

Otra. Negra…verde, amarilla, blanca.

A mi lado, un pedazo de madera.

El dibujo hace algunos huecos en ella, amarra las cuerdas entre la madera y con una piedra hace un orificio en el medio.
Me mira.
“Toca. Lo que sea. No importa. Yo te escucho. Yo siempre te escucho.”
De repente los brazos empiezan a funcionarme, el cerebro empieza a ver negras y corcheas y la madera termina ejerciendo la labor de guitarra. Siempre desafinada, siempre gritando.
Pero el dibujo oscuro, me ve, se ríe y empieza a bailar con cualquier acorde mal tocado y empiezo a ver todo claramente, a sentir paz, a sentirme en armonía conmigo mismo, a perdonarme por todo lo que alguna vez hice, por lo menos aquellos minutos en que me siento menos roca y más humano. Y la noche empieza a brillar cuando todas las almas duermen porque en ese momento la verdad se hace inminente y entiendo que no encajo si no es en este mundo creado bajo una triste tarde en donde te necesité.

Toco una vez más y el dibujo grita palabras incoherentes que solo yo entiendo a la perfección. Le escribo párrafos que se convierten en melodías que sólo él escucha ahora y me sobran los sentidos cuando la pluma garabatea en el primer lugar que encuentra coplas en notas menores. Suena esta tristeza mía en cuerdas gastadas y una síncopa que nunca se sabe dónde irán a parar. En el trance de la noche y soledad, el dibujo oscuro muta y se transforma en una suerte de médium. Pluma en mano, escribe un texto que cala en mí, tan, tan profundo que vuelvo a perderme entre miradas que no entienden qué me pasa. Y lo que me pasa lo tengo escrito en la frente y en el silencio.


“¿Y por qué no
Ésta página en blanco
Me enseña a ver qué pasó conmigo?
¿En qué momento me perdí
Entre libros que no escribo

Y canciones que no canto?”


"Eso es... perfecto. Te encontré una vez más". dice el dibujo mientras ríe. Y luego desaparece, dejándome un alivio intenso al leer lo que escribí mientras jugaba a ser roca.

martes, 23 de febrero de 2016

Biblioteca

Algunos libros habitan aquella vieja repisa que me han regalado hace poco. Dickens acaba de terminar de contarme sobre su “Almacén de Antiguedades”. Acaso una de las historias más tristes que he leído en muchos años. Lo acompañan, Poe, Carroll, Dumas, Verne y Wilde. Todos buenos en su rubro, creativos, excepcionales y siempre rompiendo las barreras de lo convencional en un mundo que los acogió de distinta manera mientras vivían pero en el que dejan un legado formidable. Conforme pasa el tiempo y comprendo que la vida no es suficientemente larga como para leer todo lo que uno quisiera, me hago la idea de que cada libro elegido tiene que ser importante. Sobre todo cuando no hay libro que deje a la mitad por más malo que sea. He entendido ya por dónde caminan mis gustos en particular y sólo me desenvuelvo en ellos por el momento, dándole cabido a autores que ahora comprendo como favoritos. Sólo salto a la piscina cuando el libro es recomendado por alguien que comparte los mismos gustos y estilos ya que más de una vez he salido perdiendo tiempo con obras que no me dicen nada y que son, a mí parecer, agua de otra fuente (Coellho, Dyer y cía).
Así, un pequeño mueble se levanta para convertirse en un gran potencial de historias que se viven con un café, regla, lápiz, post-it y demás artículos que hacen el viaje más placentero. No es mucho lo que he leído pero lo poco que ha caído en mis manos, la mayoría de veces, ha enriquecido a esa manera tan particular de ver el mundo. Grandes autores, grandes movimientos y preguntas que siempre quedan sin responder, a manera de filosofar, tal vez por años, sobre algún tema que queda en el tintero.
¿Televisor? ¿Para qué? Dios mío, hay tanto que aprender de Kafka, Tolstoi y Dostoievsky. Y cada vez que me acerco a esa pequeña biblioteca llena de apuntes y aventuras aún por leer me doy cuenta que el único asesino que se esconde tras la luz de la lámpara es el tiempo, porque ni el sueño te gana y hasta a la cama llevas aquél libro que te arrullará con palabras que conforman ideas e historias. Lecturas más light, como Brown, King, Koontz, y Larsson reciben un estante pero lejos de este mueble y nunca se presentan en tapa dura. Muchos libros han sido leído y luego han mutado a una mejor versión (Umberto Eco) y viceversa (Mario Vargas).
Al final, este mundo lleno de letras depende de la susceptibilidad del lector y los gustos se van refinando mientras más se consuma, se lea, se investigue y se forme una opinión propia de lo leído. Y en cualquier historia leída el personaje principal siempre termina siendo el lector sin que muchas veces lo sepa.

Y ahora, cuéntame. Qué estás leyendo tú actualmente?

miércoles, 3 de febrero de 2016

Qué difícil.

Qué difícil fue sacarte una sonrisa! Conecté el Blu-ray, compré pop corn, pagué el cable y netflix (de paso un televisor Smart donde ponía tu foto de salvapantalla) pero tú no reías. Te conté mil historias que aún guardo solo para tí y puse a calentar un par de sueños en nuestra tostadora favorita pero…qué difícil fue sacarte una sonrisa.
Añadí  7 archivos nuevos a dropbox, tuve 7 mensajes en whatsapp de quién sabe quién, llamé por viber pero no contestabas, te agregué en facebook, cancelé las deudas por internet, compré la comida más cara para el perro y lo saqué a pasear todas las mañanas. Compré el periódico diariamente porque siempre lo requerías, agua de bidón cristalina, llegaba del trabajo a cantarte con la guitarra, puse un buen sistema de alarmas contra robo y dos puertas cortafuego, adquirí la casa más bonita para ti, muy grande para que puedas acondicionarla como quisieras. Llené de gasolina el carro y me fui a comprar flores al lugar en donde te ví por primera vez, cargué bolsas llenas de la comida que más te gusta y cuando regresé te escuché llorar.
Me senté al lado tuyo, te enseñé todo lo que había hecho y cuando te pregunté cómo te había ido en el día, sólo me miraste y no me respondiste. Me diste la espalda y te pusiste a llorar nuevamente.
Lo entendí.
Hora de abrir la jaula.

Viste la oportunidad, desplegaste las alas y te fuiste sin despedirte y nunca miraste atrás. Entendí el mensaje la primera, única y última vez que te ví desaparecer en el horizonte.

*todos los derechos reservados al autor. imagen: gettyimages 2015.