El salón principal, tenía dibujos antiguos, óleos de la tierra que alguna vez fue pero que ya no es; al lado del trono una silla vacía con un café negro como el alma que no descansa. Muchos reyes se habían sentado alguna vez en él, alguna vez, alguna reina y ahora un personaje muy peculiar que había perdido totalmente la noción de lo que ocurría alrededor suyo. En una mano el sombrerero loco jugaba como aburrrido con una carta pequeña y un hongo podrido al cual le contaba historias sin sentido. Su aliento, cada vez más putrefacto, marchitaba cualquier flor que era expuesta a él y una vez marchita era colocada por algún súbdito en la colección de flores retorcidas que decoraban el invernadero.
Alguna vez fue alguien que luchó por un lugar más justo, alguien que tuvo amigos y aliados, alguien que disfrutaba bailar y reírse. Alguna vez tuvo una muy buena confidente, por lo menos eso es lo que recuerda…o no? Nada es tan claro ya. Lo único que sabe es que en este mundo el se hizo rey por exterminar la maldad que existía, ésa que no lo dejaba dormir cuando su confidente se marchó, ésa que lo hacía explotar por cualquier cosa, ésa que se llevó a sus aliados, ésa que hizo que le teman y obedezcan cuando de pura rabia le arrancó los sueños a quienes dormían; ésa maldad que no debe existir pero que todos tienen y que solo él puede ver porque sólo una persona justa y que danza antes de aniquilar puede ver y tomar acción ante estas cosas. Él recuerda alguna buena vida pasada pero no sabe si todo fue realidad o no. Lo único que sabe es que cada vez que en su memoria se presenta la imagen de quien fuera su aliada su ssobresalto es tal que siente que las cosas que lo rodean son malas otra vez, que le van a hacer daño y que la única manera de librarse de aquellos demonios que le envían las imágenes del recuerdo que nunca lo deja descansar es aniquilando todo lo que se encuentra a su alrededor.
Como amigo había sido el mejor; por qué nadie quería ahora jugar con él? Que había pasado? Fue tal vez por aquella vez en donde quemó a un gato que desaparecía frente a la mirada atónita de los presentes? Pero si era un juego! O tal vez aquella vez en que incendió una hectárea de árboles e hizo que un ejército de cartas rojas pasaran para ver cuantos sobrevivirían si corrían rápido por el sendero lleno de aceite? Pero si era un juego! O quizá…
Quizá ya no recuerda que pasó. Quizá nada pasó y todo es un sueño del que no despierta porque no sabe cómo hacerlo. Porque le faltan ganas. Porque no sabe si está soñando o, lo que es peor, está despierto y quiere dormir para despertar en algún otro cuento. No sabe, no opina, no recuerda. De pronto mira sus zapatos y ve que están gastados por lo que le pide a dos cartas que se coloquen debajo de ellos y las pisa sin pensar. Los zapatos están cómodos nuevamente. Cómodos como antes, sí.
En un momento fulgurante una de las cartas rojas entró a palacio con un par de rehenes atrás suyo. Mojados y cansados el conejo y Felicia tiritaban de frío y en un acto piadoso, fueron secados antes de entrar a la Sala Real. Como un último acto de bondad antes de ser entregados al cruel destino que de seguro el sombrerero les daría. Por más secos que ahora se encontraban seguían tiritando. Pero esta vez no de frío.
Se abrió una puerta inmensa ; en la oscuridad y eco de la Sala Real la sombra del sombrerero loco se dibujaba sentada en un trono roto. Por fin, después de muchos meses, el sombrerero rió despacio.
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