Nunca entendí cuál era la razón de los insultos que me dabas cuando era chico. Travieso fuí, lo acepto, pero no me consideraba malo. No hasta que crecí tanto que me perdí entre la gente y no nos volvimos a ver sino hasta después de tantos años. Tú, siempre esbelta y larga, con el pelo hasta la cintura y con una sonrisa que solo soltabas cuando te parecía que iba a cambiarle el mundo a quien te conocía. Yo siempre así, inseguro, pequeño en mi gran mundo de mentira, poeta de barro en un manantial de pensamientos que vienen tan rápido como se van. El contrapunto de todos tus argumentos y un fragmento pigmentado de lo que en realidad querías del amor. Y recuerdo sentarme a tu lado a que me expliques por enésima vez el por qué del comportamiento del ser humano, por qué ante una acción existe una reacción y yo sonriendo feliz con un pequeño banjo entre las manos tratando de pintarte en notas musicales. Si alguna vez lo logré no lo sé porque no me lo dijiste; solo sonreías y callabas. Por ahí soltaste algún suspiro que después se tornó en carcajada cuando algún acorde no era el adecuado. Y yo que me sentía mal por eso y tú que te reías más al ver mi cara de frustración. Maravillas así pasan pocas veces.
El tiempo me enseño a respetar, a nunca insultarte y callar cuando tú explotabas. Hasta que las carcajadas se convirtieron en frustración y las sonrisas eran tristes. Y cuando ya no fui nada más empaqué mis tres discos de vinilo y me fuí. No tan lejos porque siempre esperé que me llamaras pero conociendo tu orgullo nunca lo hiciste y te convertiste en un buen recuerdo.
Y quién vive de recuerdos? Yo decidí que no lo iba a hacer así que hice una escultura de barro que no se pareciera nada a ti y traté de ser feliz con ella. Le toqué las mismas canciones, la llevé al manantial y traté de explicarle que ante una acción debía haber alguna reacción. Hasta intenté pintarla en sinfonías….pero todo me llevaba a tí. Y nunca más te saqué de ningún acorde y no pude evitar ponerme triste cuando pensaba que no te vería más y los pensamientos se fueron haciendo eternos y me olvidé de sonreír como mi mamá alguna vez me enseñó.
Cuando me acostumbré a hacer de mi vida una manera de pasar el tiempo y los cabellos empezaron a caerse y las canas empezaron a asomarse te ví desde lejos… y no lo pensé dos veces, saqué mi banjo y me acerqué hacia donde estabas; cuando quise tocar el primer acorde me di cuenta que otros arpegios te habían enamorado ya…y cuidadosamente, sin que te percates de que aún existo, me fui silbando un par de tonadas que nunca te toqué pero que compuse el día en que me dí cuenta que el amor de mi vida siempre fuiste tú.
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