Me senté en ese barco tan mío que poco a poco dejé de sentir frío.
“Dejamos de existir cuando dejamos de pensar. O de remar.”
La preocupación de no saber qué viene me recorrió el cuerpo porque el barco ahora tenía un tripulante más y las zozobras debían atenuarse de la manera más lógica y prudente posible. Ella me miraba inquieta pero con una sonrisa y yo le devolví el gesto. Agarré fuerte mis remos, aquellos que nunca se habían roto, y me lanzé al mar. Yo conocía ciertos puntos a los que podíamos llegar y sabía como manejar hasta ese límite pero no me había atrevido a llegar un poco más allá. El miedo de viajar solo – me dije. Pero ahora es el miedo de viajar acompañado y que las cosas no salgan tan bien. Pero ella volteó a mirarme nuevamente y sonrió…ladeando la cabeza hacia adelante un par de veces me dijo: “Vamos... más allá…”. Yo dudé y le dije que no era seguro, que no conocía si el mar subía o bajaba…ella me quedó mirando y cerró lentamente los ojos, como pidiendo aventura. Llegando al límite de mis conocimientos y capacidades dudé un instante…
Y luego me lanzé al mar con ella.
De repente, las olas empezaron a amenazarme con la fuerza intempestiva de aquellas que quieren tumbar y voltear al barco. Yo remaba hacia atrás, con fuerza, para que el impacto no sea tan contundente, pero me di cuenta que me equivocaba ya que, a la medida en que pensaba en que mis energías deberían enfocarse en una retirada rápida, el océano tenía otros planes…llevarme mar adentro.
En un rápido movimiento sentí una mano posarse en mi mano derecha y lentamente levantarla para posarla en el remo derecho. Así tuve mis dos manos en un solo remo. El otro, lo tomó ella. “Ahora con fuerza…hacia adelante” – gritó, mientras reía. La verdad es que poco a poco fue convenciéndome y me dejé llevar y guiar por el camino que ni siquiera ella conocía. Pero ahora eramos dos con la misma fuerza maniobrando el barco. El agua se metía por los lados pero teníamos suficientes baldes para poder sacarla en caso de emergencia. La verdad no hubo necesidad de aquello. Las olas eran cortadas por proa y popa de nuestro pequeño barco y nuestros brazos y dedos se entumecían ante la fuerza del constante remar pero no debíamos claudicar en ningún momento.
La marea pasó y llegamos a una isla que ninguno de los dos conocía. Al encallar sonreí orgulloso. "A investigar" -dijo. Y echó a correr. Yo necesité un minuto más para poder tomar un poco de aire. Pero creo que mejor destino no podríamos haber tenido.
*Arte por Nicolus12
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