Siempre que voy por el mismo
camino me detengo algunos minutos para observarla. Plácida y con muy poca luz, madera
que vió un mejor momento y ventanas sin limpiar, la mansión se yergue a la
distancia, en un lugar en donde, de manera inexplicable, nunca cae el sol.
Ejerce en mí una profunda atracción, como llamándome a visitarla pero nunca lo
hago. No cruzo la vereda. No la observo más de medio minuto por más que
quisiera quedarme horas viéndola. Es, quizás, mi mayor entretenimiento a la
hora de regresar a casa dese el trabajo. No se le conoce historia alguna, solo
que una vez fue habitada por gente muy extraña y nadie sabe más. Nunca ha
podido ser vendida ni a los precios más bajos y no puede ser demolida porque a
nadie le apetece hacer una inversión ya que el campo que la rodea parece que
genera cierta radiación que no puede ser controlada de manera fácil. El
folklore del pueblo y esa inmensa capacidad para crear historia que estoy
seguro vienen de un aburrimiento absoluto, cuentan sobre algunos muchachos (que
hoy deben ser señores) que entraron alguna vez y cuando salieron de la mansión
prometieron no volver a hablar de ella o de lo que había sucedido allí. Las
noticias locales y las estaciones de radio se le acercaron a dos de ellos pero
prefirieron irse del pueblo antes que contar nada de lo que sucedió. Ninguno de
los siete muchachos viven hoy aquí para contar nada y a mí sólo me llegaron
estas historias tan raras que un hombre cuerdo en estos años no puede ni podrá
creer.
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Son las 6:30 y el jefe me manda a
averiguar quién está dispuesto a rematar su auto porque las ventas han estado
muy buenas y el negocio debe seguir creciendo. “Necesitamos inventario. Viejo
inventario que podamos convertir en algo nuevo para “Near Mint”. Sal a tomar
aire y descubre que podemos adquirir a un precio módico para poder seguir
creciendo. Haz tu mejor esfuerzo!”. Esa era la frase más importante para el
jefe haz tu mejor esfuerzo y vaya que
lo hacía. No con muchas ganas la verdad, pero la paga era buena y no podía estarme
quejando todo el día bajo el sol. Además la familia debía subsistir de alguna
manera y yo era el personaje idóneo para poder pagar las cuentas según mi
esposa. Algún día, pensaba yo, podría escribir un libro. Pero hoy no. Hoy era
momento de “Near Mint”.
El pub estaba abierto desde las 4
de la tarde. Algo temprano, pero la gente se había acostumbrado a que a esa
hora se abría el local y muchos lo visitaban antes de ir a casa. Yo lo
frecuentaba poco pero hoy era un día especial ya que era cumpleaños del viejo
Sal. Sal era el dueño del pub y mantenía siempre la cerveza fresca para todo
aquel que tuviera el dinero suficiente para pagarla así que terminando las
labores, unos compañeros de trabajo y yo caeríamos a visitarlo. Siempre con
historias interesantes por sus viajes fuera del condado y alguna que otra
novedad en las bebidas que preparaba, Sal se había hecho de un buen nombre
dentro del pueblo. La gente lo apreciaba bastante y nadie se metía con él por
dos cosas: a) Medía un metro noventipico y era corpulento con unos grandes
bigotes que movía de un lado a otro cada vez que no estaba de acuerdo contigo.
Y b) Era dueño del Pub más importante de todo el sur.
Patrick, Cole y yo llegamos
temprano. Los tres trabajábamos juntos y estábamos bajo la misma planilla pero
en diferentes áreas de “Near Mint”. A Patrick lo conocí desde el colegio y a
Cole en el trabajo. Hicimos muy buenas migas cuando empezamos a conversar sobre
gustos musicales y de videojuegos de infancia
(los tres terminamos siendo grandes fanáticos y conocedores de la vieja
computadora Spectrum y sabíamos cómo arreglarla de cabo a rabo. A ninguno le
gustaba tomar demasiado pero sí nos gustaba pasar horas de horas viendo
películas de los años 50 y 60 de ciencia ficción y nos burlábamos de los
efectos especiales usados en ellos. La serial de Batman y los efectos de
Nosferatu eran de nuestros favoritos. Conservábamos juegos y juguetes de cuando
éramos muchachos e intercambiábamos historias con frecuencia sobre los orígenes
de las compañías que nos daban gratos recuerdos. En fin, unos muchachos muy
buenos a quienes yo consideraba amigos. Y los demás consideraban nerds.
Sal nos atendió de inmediato al entrar y
vociferar “Feliz cumpleaños!” a viva voz. “Ah” – dijo con ese acento tan
característico – “si lo recordaron…la primera ronda es gratis! Les ofrezco el
whisky de siempre pero como sé que los tres lo toman con Coca cola…esa sí se
las cobro!”
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