sábado, 22 de julio de 2017

Respiraba hondo y profundo cuando se sumía en pensamientos que no dejaba que se noten muy a menudo. Tomaba religiosamente 3 tazas de café negro y sin azúcar diarias y detestaba cada una de ellas. El sabor amargo le recordaba una juventud ya pasada, cuando la pierna izquierda funcionaba a la perfección y el abdomen no asomaba. Tosía de vez en cuando, nervioso y buscaba en internet todas las noticias que pudiera de ese lugar que lo fascinaba de alguna manera extraña. Nada. No encontraba nada. Mr. Collins no era un hombre que se daba por vencido tan rápido y las constantes visitas a quien tenía encargada la venta de la vieja mansión vestían a Mrs. Dublin de mucha paciencia. En sus frecuentes visitas, habían ciertos pasadizos y corredores que no era recomendable visitar, la madera podía ceder y arreglar todo costaría una fortuna. Pero eso no le importaba a Collins. Estaba decidido a comprarla, tal vez en un mes más, con los ahorros de toda una vida. Era el lugar perfecto en donde él veía el resto de su vida pasar sin que nadie toque a su puerta o lo moleste a la hora de escribir esos cuentos que vendía de vez en cuando a una editora local. La fortuna que siempre esperó con ellos nunca llegó. Pero la perseverancia era su mejor aliada en este caso y lo poco que heredó de algún familiar lejano lo hizo decidir la compra. Sabía que no había el más mínimo interés en aquella propiedad y sólo él, sólo él podría comprarla. Sorbió el café lentamente. Un asco. El sabor era exactamente el que necesitaba.
Al siguiente día, Mr. Collins se levantó tarde, como siempre. Hizo una mueca de queja por la contracción de los músculos que ocasionaba el dormir por tantas horas sin saber necesariamente qué día era. Un reloj muy fino que nunca daba la hora y siempre llevaba en la muñeca derecha era todo el talismán que necesitaba para emprender las labores del día. Ir a comprar alguna cosa para comer, siempre lo mismo, sin penas, ni glorias, ni nadie que lo acompañe. Veía, tranquilo, la vida pasar sin apuro. Todavía era lo suficientemente joven, lo suficientemente fuerte. Todavía reía solo, con la tv prendida y a veces reía solo, con la tele apagada. Nadie tendría la curiosidad suficiente para acercarse y tratar de conversar con él. Mr. Collins era un verdadero enigma en la sociedad. Y él prefería mantenerlo de esa manera.




A Pat le habían llegado noticias de algún extraño objeto que deseaba observar  en carne propia. “Es un fragmento de una piedra muy extraña” – nos contaba a Cole y a mí. “Dicen que algo pasó en este condado hace muchos años, algo de lo que nadie habla o quiere hablar y se ha dado por muerto el asunto”. De repente sacó un diario de hace 20 años que explicaba que un cuerpo extraño había caído en la casa de los Edison (¿los Edison?) hace un buen tiempo. “Y adivinen qué? ¿Cuál creen que es la dirección de esa casa de la que hablan?” y me miró fijamente y sonriendo. No tuvo que decir más. “No bromees.” Dije. “¿En serio?” Me entregó el periódico y mis incrédulos ojos leyeron la misma dirección de aquella vieja mansión que ejercía en mí un instinto de investigación espectacular.”Un momento…de dónde sacaste este diario?” le pregunté. “Recuerdas el baúl viejo que me enviaron hace un mes, cuando murió mi tío? Abrí el baúl y sólo habían algunos trastos viejos que pensó que me gustarián cuando se vaya y los metió todos allí.” “Y el periódico era algo que guardaría todos estos años?”
“No. El baúl estaba envuelto en él. Parece que originalmente era uno de los periódicos que guardó al mudarse, o era del día en que se fue y no lo habría leído…qué se yo? La cuestión es que al recibir el baúl se utilizó esta página para envolverlo”.
 Cruzamos miradas entre los tres. “Bueno” – dijo Cole “…saben que tenemos poco inventario que publicitar en “Near Mint”. Creo que echar un vistazo por ese vecindario no nos iría mal. Propongámoselo a  Jenkins y veamos qué dice”.  Una curiosidad de niño me embargó y reímos, entusiasmados ante la idea.

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