miércoles, 11 de abril de 2012

Y si salgo a jugar?


Esta mañana, Mauricio se levantò con pesadez e, incluso, con un poco de acidez. Detràs de èl, en su pequeña biblioteca de revistas antiguas se dibujaba la silueta ensombrecida de los pantalones màs anchos, de las camisas sin los últimos botones y de las gorras que cubren su cada vez màs pronunciada calva. Alguna fuerza nostálgica le indicaba que no podía deshacerse de su antigua colección de discos de vinilo, ni revistas. Esto le remontaba a una época mejor, con màs sol, con màs ilusión, con màs jardines por los que caminar y hasta ensuciarse.

“Hoy no” – se dijo – “Hoy no boto nada”. Mañana quizá.

El espejo, su gran aliado a los quince años cuando era flaco y reìa por todo, era ahora el verdugo que no miente. Solìa prender la radio a todo volumen y seguía con pasiòn las noticias del fútbol, creyéndose Pelè en una Lima caòtica. Hoy, se miraba y se decía a si mismo que estaba muy viejo para pertenecer a aquella selección que hace màs de un cuarto de siglo que ni pisa un mundial. Si el hubiese entrenado, salido en màs fotografías, les hubiese enseñado a todos lo que realmente era capaz de hacer. Pero solo su hermano lo había visto jugar y no había pasado nada en su vida para que el sea un “profesional” del fútbol. Lo único que había pasado de largo, llamándolo varias veces, era la determinación que pasò volando y no se quedó màs de un minuto cuando hablò con èl y se diò cuenta que era caso perdido.

“¿Cuàntos serán como yo…a cuàntos se les fue la vida soñando? Que desperdicio de tiempo…”

El tema con este individuo es que se había dedicado cada tres años a hacer algo diferente. Primero quiso fútbol, luego, baseball y luego basket. Al final no llego a nada. Que pena. Para otra vida será.

El contacto con màs individuos era difícil en su caso y no sabìa por què. Simplemente se retraía en su mundo de revistas de deportes y seguía con pasión a aquellos nuevos jugadores a los que veìa en televisión gritándoles “Pasa la pelota al siete! Al siete…nada…yo lo hubiese hecho mejor…”

Mauricio piensa que el mundo debe empezar a cambiar ciertas conjugaciones de verbos en tiempo futuro para concretar acciones y que no sean solo reprochables ideas. “HAY que cambiar el techo” por “VOY a cambiar el techo”. Menos directores de arte y màs artistas. Menos diseñadores en computadora y màs obreros. Menos soñadores y màs creadores.

“Ah. Pero el buen arte toma tiempo…”

El buen arte Mauricio? Eso es totalmente subjetivo. Que te tomes màs tiempo es indicador de que el producto final es el mejor? No fueron Los Beatles los que crearon su primer álbum en un sòlo dìa, por todo el esfuerzo de años tocando en Hamburgo? No se tomò Dalì un solo dìa en hacer bocetos que luego se convirtieron en objetos de culto? Y que hay de Warhol y su sopa Campbell en una serie de fotografìas pintadas? Tiempo? Puede ser. Pero lo que te falta es determinación. Eres adicto al peor mal del mundo. Dejar todo a la mitad. Como las obras de Yoko Ono. Un asco. Y lo peor, un fiasco.

Asì que hoy, Mauricio, pensando en voz alta, se puso sus mejores jeans, se metió una ducha rejuvenecedora, mirò una última vez su colección de revistas, sacò del viejo closet su pelota nueva y sus chimpunes y cruzò la calle para jugarse un partidito con los chicos, muy chicos del barrio. Con un par de jugadas los chicos lo adoraron. El patita sabe lo que hace…còmo es que recién te conocemos? Y Mauricio sòlo se riò y se sintió Pelè. Y mientras jugaba y todos lo observaban, trastabillò, fruto del paso del tiempo y maldijo la terrible fractura que nunca sanò bien. Al caer, se acercaron los chicos y lo llevaron a la banca. A la maldita banca. A esa asquerosa banca que el odiaba desde niño donde nunca debió estar porque la banca es para los que no saben jugar. De repente una mano en el hombro y una mirada preocupada. “Estàs bien?” preguntò ella.

Mauricio la mirò y abrió los ojos. Ella le dijo: “Juegas fantástico. Que pena lo de tu pie ahora pero eso sanarà con el tiempo ya vas a ver…”

El sonriò. En ese momento pensó que el sol estaba perfecto y todavía quedaba mucho jardín en donde podría caminar y hasta ensuciarse.

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