martes, 26 de junio de 2012

Destierro inmisericorde de la realidad...

¿Y quién sabría años más tarde que el alud de palabras habladas de manera excesiva por alguna persona que pulula en mi entorno tendría tan nefasta consecuencia?
Encaminábame yo por el sendero diario cuando, en súbito momento (de aquellos que estampan en la conciencia el nombre de "recuerdo") encontré a alguien con quien conversar por las mañanas. Y no era éste un pájaro cualquiera; aprendióse de manera rápida a generar movimientos con el cuerpo para pedir cosas tan mundanas como "agua" o "maíz". Fascinome la simplicidad de vida. Y adopté su posición frente al transcurrir de las horas con enfática manía.
Y no es que yo no estuviese contento con los momentos que compartía con otras personas pero poco a poco me sumergí en el canto del pájaro. "Pájaro" púsole de nombre. Gracia me hacía el atardecer de sus alas.
Así, un lunes o tal vez fuese un martes me quité el abrigo y el sombrero volteé para hacerle un nido cómodo. Agarré la nueva escoba y barrí malos recuerdos para luego esconderlos bajo la alfombra para que la visita no mire mal el aspecto que tenía mi casa; le saqué las hebras de pelo amarillo y las puse dentro del sombrero.
Miró su nueva casa moviendo rápidamente la cabeza y dando pequeños brincos; se acomodó y cada vez que yo lo miraba aleteaba las alas en signo de aprobación de un nuevo lugar en donde descansar. Las pequeñas cosas que hacían feliz a este pequeño ser invadían mi mente con una naturalidad que no llegaba a comprender enteramente pero a quien recibí con brazos abiertos.
Pasadas unas semanas borraronse mis dudas; esa era la vida. Esa era la respuesta a una pregunta que ni siquiera se había formulado. Me despojé de toda la ropa y emulé el cántico del pájaro para verme reflejado en sus ojos. Escuché a los vecinos tocar a mi puerta y seguían pasándome la correspondencia por abajo pero yo ya no la abría. Encontré paz en vivir con la luz apagada, el teléfono desconectado y los caños cerrados. Y cuando veía que mis manos estaban sucias y mis pensamientos estaban en blanco el pájaro volteaba a verme y con un pequeño cántico enseñábame nuevamente el camino a seguir.
Lo demás está muy borroso. Me encontré en una cama enorme, en una casa blanca. Parome a caminar hasta el viejo edificio y subí nuevamente a mi apartamento solo para encontrar que el pájaro no estaba más ahí pero que había dejado una nota que decía "Vuela, vuela siempre. Pero ahora aprende a hacerlo cuando no te vean....".

Y así, salí a la calle a buscarme nuevamente y encontrome con mucha gente que hablaba rápidamente pero que no batía sus alas ni cantaba y poco a poco me sumergí en ese mundo lleno de claxones, luces intermitentes, ruidos estridentes y tristeza. 
Encontrome con una mirada que tal vez era ahora conocida, no estaba seguro. Y tras el fluido verborreo me hizo una pregunta:
"Estás bien?"
¿Y quién sabría años más tarde que el alud de palabras habladas de manera excesiva por alguna persona que pulula en mi entorno tendría tan nefasta consecuencia? 
El pájaro; el pajaro lo sabía. 
Pero ya habría volado lejos.
Aunque uso muy frecuentemente aquel sombrero que alguna vez fue felicidad.
Y no miro a los ojos a nadie por miedo a que me vean en algún mundo que solo veo cuando estoy solo sentado en la silla que ocupa mi departamento en mi viejo edificio. Pájaro, vuelve pronto. Aquí todavía hay maiz de sobra.

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