miércoles, 30 de enero de 2013

Las tres Moiras.

Cuando llegué a esa caverna, sentí un frío en la espina dorsal como nunca antes lo había sentido. Sabía que me acercaba a ver a las tres Moiras y que no estaban muy contentas de verme.  Solo Átropos, con su gran tijera, me infundía un respeto tan grande que opté por no decir nada hasta que alguna de ellas hablara. La luminosidad del lugar era irrisoria y el silencio sepulcral. Parecía que se escondían del mundo y, en realidad, estaban a plena luz pero eran unas verdaderas maestras en pasar inadvertidas. Los rostros los había visto en varias ocasiones, tal vez, en los páramos, o en alguna pequeña ciudad…..no. No fue en ninguno de esos sitios. Fue en mis sueños. En sueños que me asustaron.
Cloto me miró sin sonreir. En la mano derecha había un hilo no muy largo y en su mano izquierda envolvía aquel hilo en movimientos lentos, a manera de circunferencia, mientras que no me quitaba los ojos de encima. Con voz queda, habló: “Llegas temprano. Llegas con frío. Llegas con llagas y preguntas. Mira en tu alma como yo puedo hacerlo y dime en voz alta lo que te trae hasta nosotras.”
“Vengo a pedirles tiempo.”
“No podemos darte lo que no mereces” - dijo Láquesis mientras medía la longitud del hilo de vida que soltaba Cloto. “No mereces lo que podemos darte. ¿Quién eres tú para pedir consuelo de las tres Moiras? No has llegado hasta aquí porque, en el plano terrenal, yaces inconsciente? Somos nosotras las que decidimos si regresas o si te vas de una vez. Y, la verdad, no hay mucho que discutir…creíste ser inmortal y jugaste a ser un dios cuando eres sólo arena. Estás hecho de arena y roca y tus ojos son cristales de tiempo que te otorgamos hace un tiempo. Es hora de que los regreses.”
“Antes de irme tengo una pregunta”
“Habla. Y te responderemos.”
“¿Qué pasa si no quiero morir?”
“Pasa lo que le sucede a todos. Mueren igual. Porque es la acción fundida con el momento, porque el hilo se hace cada vez más delgado y no sirve para ningún propósito, porque es la hora. Si no quieres morir… no hay opción a la elección.  Has cumplido tu ciclo y estás hecho de roca y arena y te han mesclado de manera tal, que eres irreconocible para el ojo no entrenado. Si regresaras a la tierra, morirías nuevamente por las profundas heridas de guerra que llevas. Si en este momento no sientes dolor, es porque estás aquí con nosotras.”
“Pero no quiero morir. No le tengo miedo a la muerte es simplemente que sé que debo hacer muchas cosas más todavía”.
Las tres Moiras se miraron entre ellas solemnemente.  Átropos, la tercera hija, levantó su tijera y puso entre los filos el hilo de vida que colgaba de la mano de Láquesis. “Nadie escapa de su destino” - sentenció. “Tu hora es ésta y tu tiempo ya pasó. Descansa con los demás guerreros en otro plano. Darte cuenta de tu mortalidad en este momento ya no sirve de nada. Párate erguido y muere con la cabeza en alto porque es lo que hemos decidido.”
Lo último que escuché fue un sonido agudo mientras Átropos cortaba el hilo. Cerré los ojos con amargura y maldije a éstas tres brujas griegas que no me dejarían nunca más beber un poco de vino, oler a una nueva mujer, blandir una espada con filo y cortar sueños y cabezas montado en un fino corcel. Después de unos segundos abrí los ojos y lo que me encontré fue una gran sorpresa. Me ví en la caverna pero las tres mujeres ya no estaban. Me agaché al ver algo resplandeciente en el suelo.
Era el hilo.
Y había sido cortado.
Sentí una nube negra abrazarme por la espalda mientras los músculos del cuerpo sufrían un dolor incomprensible y dejé de respirar. Traté de sacar mi espada y al agarrar la empuñadura, se hizo polvo. Caí al suelo sin poder despedirme de nadie. Convulsioné tres veces por falta de aire y escuché la risa profunda, lenta y alejada de Átropos. A los tres días encontraron mi cuerpo. Sabiéndome muerto, el pueblo celebró.

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