miércoles, 20 de febrero de 2013

Lunes 5 am.


5 am y la duda ataca:

Y así me desvelo. Consciente de que el tiempo pasa mientras la mayoría de personas descansan; me veo un rato en el espejo y veo que he perdido un par de kilos pero en vez de ponerme contento por eso, me imagino que necesito perder más. La panza no se quiere ir. O no la dejo ir porque hacer ejercicios no está en mi curricula diaria. Salgo un rato a admirar a las pocas personas que empiezan a transitar por la calle; abajo, la verdulera empieza a cargar la carretilla con especies frescas, el sonido de las ruedas aguantando el peso llega hasta mi piso. Los gatos se levantan y maúllan al verme. Se pegan a mis pies para recibir un poco de cariño antes de que les sirva comida. La luz no la prendo nunca porque no la necesito cuando quiero sentarme en un viejo, arañado y roto mueble a pensar.
Varias latas de galletas adornan el lugar superior de la alacena. Están todas vacías con el solo propósito de adornar una pared que hace muchos años no se pinta. Me han acusado de tenerle terror al vacío (tienen razón) y siempre trato de llenar esa pared blanca que me desafía con algún nuevo color, cuadro o repisa (llena de cosas).  Veo a la pared cambiar de color mientras el sol decide salir lento y tranquilo y empiezo a notar esas gotas de polvo secas que han corrido hasta debajo de la pared y que nunca limpio porque  llueve tanto que se van a volver a formar en un par de días.

La refrigeradora necesita espacio. O compro muchas cosas, o es demasiado pequeña. Saco algo para comer aunque no es hora y tengo ganas de agarrar un buen libro que me acompañe pero no logro leer bien todavía por la poca luz. Me pongo a ver el cielo mientras no hay frío y con tristeza me sirvo un café, esperando a que el mundo se vuelva a dormir rápidamente para que el silencio me acompañe nuevamente. En la tranquilidad del sueño ajeno hallo la paz para poder crear un poco, juntar acordes, escribir o inventar alguna historia. Historia como la que tú lees en este momento. La mejor ficción aparece en forma de nube oscura, mientras te olvidas de todo y no te preocupas tanto por lo que sucederá en algún tiempo. Aunque la personalidad no me lo permite frecuentemente, aprovecho aquellos momentos de lucidez en donde necesitas estar totalmente solo porque cualquier factor de distracción es culpable de no haber sido lo suficientemente creativo en un último intento de componer algo que valga la pena grabar posteriormente.

Los sonidos empiezan a llegar al pequeño piso; primero un poco agudos pues son pequeños pájaros los que te avisan que es hora de levantarse y empezar con la rutina diaria. Algún tímido claxon se escapa en una concurrida calle transversal y el olor a pan inflama mis pulmones.  El café, frío por el tiempo transcurrido sabe mejor al final del último sorbo, cuando la concentración de la miel es mucho mayor. Una gota cae por mi mejilla por la rapidez de tomarlo y el gato la lame del suelo mientras mira para verme como aprobando la acción.

“Pones agua a hervir?” me preguntan. De repente sonrío por instinto. Mis pensamientos sobre por qué el cerebro opera de esa manera, si todos vemos de la misma manera el color, cuantas veces habrá latido el corazón esa madrugada de momento paran. El día ha comenzado.

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