martes, 14 de mayo de 2013

Pequeño, pequeño mundo...


Cada mañana me veo azotado por la incertidumbre del traje que voy a usar. El de pedagogo no me queda muy bien porque sin título no puedo ir cruzándome con extraños por la calle que quieran conversar sobre un tópico del cual no se nada. El de músico?  Sin cuerdas para tocar mi guitarra de madrugada es un poco irónico que suene tan bien cuando sólo me quedan la quinta y sexta.  La del escribano? Sin nada interesante que plantear es un poco difícil. Pero, sea, hay que ponerse un traje. Hoy he decidido ponerme el de hijo único siendo, en realidad, hermano mayor. Pero me refiero al hijo único de mis pensamientos, palabras y obras aún cuando muchas de ellas estén equivocadas. Aquí, sin corbata, soy feliz. Entre libros y discos, un poco de agua y alguna fruta, encuentro paz y sosiego. No pasa mucho tiempo desde que sonrió y me viene a tocar la puerta, como cada madrugada, mi amiga del alma. Se sienta junto a mí y emanan de sus palabras y mi imagincación todo lo que hice y deshice, lo que caminé para luego regresar trotando, lo que dejé de realizar por estar soñando.

Me da las buenas madrugadas aunque yo no respondo porque, en una mezcla de terror y respeto, hago silencio. “Es un buen día para filosofar sobre los tres próximos años de tu vida” –dice- “Yo ya los ví. ¿Te los cuento? Bueno transcuren más o menos así…”

De improviso me paro y tomo un vaso con agua mientras me sigue por detrás. Siento frío en la espina dorsal pero no le hago caso. Hoy es un buen día, un día glorioso, llenop de esperanza y paz en mi cabeza. El demonio de la madrugada se esfuma tan pronto me pongo a pensar en el momento en que encontré la paz interna en medio de acordes, libros y cariño familiar.

“Volveré” – me dice antes de esfumarse.

“Te espero mañana a la misma hora”- replico. Y me vuelvo a dormir pensando en que debo comprarle nuevas cuerdas a mi guitarra pronto.

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