Cada mañana me veo azotado por la
incertidumbre del traje que voy a usar. El de pedagogo no me queda muy bien
porque sin título no puedo ir cruzándome con extraños por la calle que quieran
conversar sobre un tópico del cual no se nada. El de músico? Sin cuerdas para tocar mi guitarra de
madrugada es un poco irónico que suene tan bien cuando sólo me quedan la quinta
y sexta. La del escribano? Sin nada
interesante que plantear es un poco difícil. Pero, sea, hay que ponerse un
traje. Hoy he decidido ponerme el de hijo único siendo, en realidad, hermano
mayor. Pero me refiero al hijo único de mis pensamientos, palabras y obras aún
cuando muchas de ellas estén equivocadas. Aquí, sin corbata, soy feliz. Entre
libros y discos, un poco de agua y alguna fruta, encuentro paz y sosiego.
No pasa mucho tiempo desde que sonrió y me viene a tocar la puerta, como cada
madrugada, mi amiga del alma. Se sienta junto a mí y emanan de sus palabras y
mi imagincación todo lo que hice y deshice, lo que caminé para luego regresar
trotando, lo que dejé de realizar por estar soñando.
Me da las buenas madrugadas aunque yo no respondo porque, en una mezcla de
terror y respeto, hago silencio. “Es un buen día para filosofar sobre los tres
próximos años de tu vida” –dice- “Yo ya los ví. ¿Te los cuento? Bueno
transcuren más o menos así…”
De improviso me paro y tomo un
vaso con agua mientras me sigue por detrás. Siento frío en la espina dorsal
pero no le hago caso. Hoy es un buen día, un día glorioso, llenop de esperanza
y paz en mi cabeza. El demonio de la madrugada se esfuma tan pronto me pongo a
pensar en el momento en que encontré la paz interna en medio de acordes, libros
y cariño familiar.
“Volveré” – me dice antes de
esfumarse.
“Te espero mañana a la misma hora”-
replico. Y me vuelvo a dormir pensando en que debo comprarle nuevas cuerdas a
mi guitarra pronto.
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