viernes, 21 de julio de 2017

50th Edison Street

Siempre que voy por el mismo camino me detengo algunos minutos para observarla. Plácida y con muy poca luz, madera que vió un mejor momento y ventanas sin limpiar, la mansión se yergue a la distancia, en un lugar en donde, de manera inexplicable, nunca cae el sol. Ejerce en mí una profunda atracción, como llamándome a visitarla pero nunca lo hago. No cruzo la vereda. No la observo más de medio minuto por más que quisiera quedarme horas viéndola. Es, quizás, mi mayor entretenimiento a la hora de regresar a casa dese el trabajo. No se le conoce historia alguna, solo que una vez fue habitada por gente muy extraña y nadie sabe más. Nunca ha podido ser vendida ni a los precios más bajos y no puede ser demolida porque a nadie le apetece hacer una inversión ya que el campo que la rodea parece que genera cierta radiación que no puede ser controlada de manera fácil. El folklore del pueblo y esa inmensa capacidad para crear historia que estoy seguro vienen de un aburrimiento absoluto, cuentan sobre algunos muchachos (que hoy deben ser señores) que entraron alguna vez y cuando salieron de la mansión prometieron no volver a hablar de ella o de lo que había sucedido allí. Las noticias locales y las estaciones de radio se le acercaron a dos de ellos pero prefirieron irse del pueblo antes que contar nada de lo que sucedió. Ninguno de los siete muchachos viven hoy aquí para contar nada y a mí sólo me llegaron estas historias tan raras que un hombre cuerdo en estos años no puede ni podrá creer.

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Son las 6:30 y el jefe me manda a averiguar quién está dispuesto a rematar su auto porque las ventas han estado muy buenas y el negocio debe seguir creciendo. “Necesitamos inventario. Viejo inventario que podamos convertir en algo nuevo para “Near Mint”. Sal a tomar aire y descubre que podemos adquirir a un precio módico para poder seguir creciendo. Haz tu mejor esfuerzo!”. Esa era la frase más importante para el jefe haz tu mejor esfuerzo y vaya que lo hacía. No con muchas ganas la verdad, pero la paga era buena y no podía estarme quejando todo el día bajo el sol. Además la familia debía subsistir de alguna manera y yo era el personaje idóneo para poder pagar las cuentas según mi esposa. Algún día, pensaba yo, podría escribir un libro. Pero hoy no. Hoy era momento de “Near Mint”.


El pub estaba abierto desde las 4 de la tarde. Algo temprano, pero la gente se había acostumbrado a que a esa hora se abría el local y muchos lo visitaban antes de ir a casa. Yo lo frecuentaba poco pero hoy era un día especial ya que era cumpleaños del viejo Sal. Sal era el dueño del pub y mantenía siempre la cerveza fresca para todo aquel que tuviera el dinero suficiente para pagarla así que terminando las labores, unos compañeros de trabajo y yo caeríamos a visitarlo. Siempre con historias interesantes por sus viajes fuera del condado y alguna que otra novedad en las bebidas que preparaba, Sal se había hecho de un buen nombre dentro del pueblo. La gente lo apreciaba bastante y nadie se metía con él por dos cosas: a) Medía un metro noventipico y era corpulento con unos grandes bigotes que movía de un lado a otro cada vez que no estaba de acuerdo contigo. Y b) Era dueño del Pub más importante de todo el sur.
Patrick, Cole y yo llegamos temprano. Los tres trabajábamos juntos y estábamos bajo la misma planilla pero en diferentes áreas de “Near Mint”. A Patrick lo conocí desde el colegio y a Cole en el trabajo. Hicimos muy buenas migas cuando empezamos a conversar sobre gustos musicales y de videojuegos de infancia  (los tres terminamos siendo grandes fanáticos y conocedores de la vieja computadora Spectrum y sabíamos cómo arreglarla de cabo a rabo. A ninguno le gustaba tomar demasiado pero sí nos gustaba pasar horas de horas viendo películas de los años 50 y 60 de ciencia ficción y nos burlábamos de los efectos especiales usados en ellos. La serial de Batman y los efectos de Nosferatu eran de nuestros favoritos. Conservábamos juegos y juguetes de cuando éramos muchachos e intercambiábamos historias con frecuencia sobre los orígenes de las compañías que nos daban gratos recuerdos. En fin, unos muchachos muy buenos a quienes yo consideraba amigos. Y los demás consideraban nerds.

Sal  nos atendió de inmediato al entrar y vociferar “Feliz cumpleaños!” a viva voz. “Ah” – dijo con ese acento tan característico – “si lo recordaron…la primera ronda es gratis! Les ofrezco el whisky de siempre pero como sé que los tres lo toman con Coca cola…esa sí se las cobro!” 

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