sábado, 16 de noviembre de 2013

Jesús, el de la cruz II


 

La segunda tradición contaba que los apóstoles, incluyendo a Pablo, creían que Jesús  se les había aparecido a ellos; escribiendo en los primeros años después de la Pasión, Pablo lista específicamente, a testigos oculares vivos, para poder convertir a quienes dudaban que busquen testimonios que corroboren sus palabras. Pablo parece ser muy claro en cuanto a los escépticos encontrando lo que buscaban si leían la historia que él había escrito. Un poco menos claro era lo que debíamos hacer acerca del evangelio descubierto después, aquél que no concuerda. El que habla del descubrimiento de la tumba vacía y las apariciones de Jesús resurrecto. Algunas veces aparece en carne y hueso; otras, puede traspasar paredes. A veces, es instantáneamente reconocido; otras, hasta los mayores devotos y seguidores no comprenden o distinguen con quién están hablando hasta que Jesús se identifica a sí mismo. Lo más seguro es que las historias de la post-resurrección representan diferentes tradiciones en la fé naciente. Los detalles contrastados no ayudan al caso de los cristianos en el campo de la lógica; pero los evangelios sí afirman que la tumba estaba vacía y que los creyentes pensaron que Jesús resucitado se le había aparecido a algunos de ellos de vez en cuando.

Escrito después de Pablo, los evangelios nos hablan de sacrificio, redención y resurrección. Pero qué explica la transformación de los discípulos escépticos, de miedo y preguntas a la claridad y convicción acerca de la tumba vacía y su significado e la historia de la salvación?

Tal vez el recordar las palabras del mismo Jesús. Aunque muchos estudiosos se preguntan acerca del valor histórico de las descripciones de Jesús en los evangelios, los apóstoles tuvieron que llegar a la definición de su misión mesiánica de alguna manera y es posible que Jesús haya hablado sobre esto en su vida- palabras que regresaron a la memoria de sus seguidores una vez que el shock de la resurrección los haya hecho meditar. Históricamente hablando entonces, el cristianismo parece mucho menos una fábula que una fé derivada en parte de tradiciones orales y escritas que datan del tiempo del ministerio de Jesús y sus discípulos. “El hijo del Hombre es entregado a las manos de los hombres, y ellos lo matarán…y después de eso….Él se levantará en el tercer día”. Jesús dice esto según Marcos, quien añade que los discípulos no entendían lo que había querido decir en ese momento y tuvieron miedo de preguntarle.

Que los apóstoles hayan creado esas palabras parece no tener fundamento, ya que sus historias y el consecuente mensaje de éstas forzaban a la credibilidad hasta en esos tiempos. Pablo admitió la dificultad: “…nosotros evangelizamos hablando de un Cristo crucificado, algo que los judíos no entienden y confunde a los gentiles.” ¿Un rey que murió como un criminal? ¿Un ser humano que resucitó? ¿Un ser que se adjudicó el sacrificio mayor? “Esto no es algo que el comité de relaciones públicas de los discípulos hubiesen querido que salga,” dice el doctor Albert Mohler Jr, presidente del Seminario teológico del Sur en Louisville, Ky. “El mismo hecho de la complejidad del mensaje de salvación y su originalidad, creo, habla sobre la credibilidad de los evangelios y sobre el Nuevo Testamento en su totalidad”.

Las palabras de Jesús en la última cena- que el pan y el vino representaban su cuerpo y sangre-ahora tenía mayor sentido: Él era, según la iglesia temprana, una oveja sacrificada en la tradición del viejo Israel. Leyendo las viejas escrituras, los apóstoles empezaron a encontrar las profecías que Jesús había cumplido. Leyendo el capítulo 53 de Isaías, ellos interpretaron a la crucifixión como el portal necesario a un día glorioso: “..fue golpeado por nuestra transgresión, fue herido por nuestros pecados…y con su sangre nos hemos curado”. En el Libro de los Actos, Pedro es capaz de pregonar un sermón en donde Jesús está conectado a pasajes de Isaías, Joel y los Salmos.

El escepticismo sobre la cristiandad se había desperdigado y era entendible; Desde la perspectiva judía, el historiador del primer siglo después de Cristo, Josephus, escribía: “Algún tiempo atrás vivió Jesús, un hombre sabio. Concretó varios actos y era un predicador…ganó los corazones de varios judíos y muchos griegos…y la tribu de los cristianos, llamados de esta manera por Él, hasta ahora no desaparece”. En una referencia separada, Josephus escribe de “Juan el hermano del llamado Cristo”. Un buen judío de la casta predicadora, Josephus no desea darle a Jesús el título de Mesías. En Atenas los filósofos le dijeron a Pablo que explique su mensaje. “¿Podemos saber de qué está hablando con sus prédicas? Ya que usted trae  algunas cosas raras a nuestros oídos…” Lo escucharon, pero la resurrección fue demasiado para ellos. En el segundo siglo, el crítico anti cristiano, Celso, llamó a la resurrección una “pamplina” y dudó del testimonio de aquellos que habían afirmado verlo. “Mientras estuvo vivo nunca se ayudó a Él mismo, pero después de su muerte se levantó y enseñó las marcas de sus castigos y cómo sus manos habían sido clavadas. Pero, quién dijo esto? Una mujer histérica, como la definen ustedes y tal vez alguno que otro que se dejó engatusar por el mismo conjuro, que tal vez haya soñado todo esto y quisiera poder hacerlo realidad…o, tal vez, alguien que quisiera impresionar a otros más por este cuento fantástico…”

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